💡El acto fotográfico y la interacción corporal con el entorno
El acto fotográfico es siempre un acto físico al tiempo que mental, en permanente equilibrio de estos medios. Se piensa con el cuerpo completo y en el acto, cuerpo y pensamiento devienen una única cosa indivisible e indistinguible. El acto implica interaccionar el cuerpo con el mundo, exponer el cuerpo y en las ocasiones más extremas incluso perder el cuerpo y la vida. Son numerosas las fotos que han costado una o más vidas, a veces por cuestiones nimias e intrascendentes y otras con fuertes cargas épicas. Pero esto quizá no debe preocuparnos en exceso en nuestro objetivo, dado que en circunstancias normales, la fotografía no es una actividad de alto riesgo, aunque implique sus riesgos como la propia vida en su conjunto, vivir es la actividad más arriesgada del mundo. Esto, por tanto, no será un impedimento para narrar las bondades y las necesidades de ejercitar el acto y el acto es defendido como fuente de vida frente a la mirada necrológica que la teoría fotográfica suele proyectar sobre esta.
Obtener una fotografía obliga a ejercitar una acción corporal y física que deviene acción pensante en su conjunto, si va asociada al acto. El pensamiento fotográfico que implica el acto, obliga a desplazamientos constantes, a movimientos corporales, en ocasiones muy precisos, como el de llevarse el visor al ojo dominante. —Curioso el tema del ojo dominante, que en mi caso es el izquierdo, a pesar de ser diestro, lo que me obliga a colocar la cámara sobre casi toda mi cara. Las cámaras telemétricas suelen estar pensadas para un ojo dominante diestro.—
Hay que encuadrar la escena exacta que busco o encuentro adecuada, lo que implica pequeños micromovimientos acompasados y suaves de las manos y del cuerpo. Junto a estos micromovimientos, como los ajustes de enfoque, la medición de la luz justa y adecuada, la comprobación de la profundidad de campo, los ajustes de velocidad de disparo y apertura de diafragma, etc.
En ocasiones, estos micromovimientos desaparecen y los dejamos a la libre decisión del dispositivo tecnológico que utilicemos, en el caso de cámaras con funciones automáticas, que toman esas decisiones por nosotros y nos limitan nuestra libertad y convierten el acto en una mera decisión de encuadre. En ocasiones ni eso, lo que no deja de implicar también un movimiento e interacción corporal.
Ciertamente, las funciones automáticas que la gran mayoría de personas utiliza cuando dispara una fotografía, especialmente con teléfonos inteligentes, anula una parte importante de las decisiones del acto y lo acerca de forma consistente al extracto, sobre el que argumentaré con posterioridad. Aun así, los dispositivos tecnológicos asociados a la fotografía realizada por humanos siguen implicando un movimiento corporal.
Solamente dispositivos plenamente automáticos, no controlados por humanos, que registran imágenes de forma aleatoria o con sensores o controlada por software determinados, excluyen al hombre del registro fotográfico, pero también excluyen esas acciones de registro del acto. Obviamente, estas imágenes, con menor implicación humana en su producción, pueden generar nuevas formas de conocimiento, pero a partir de su percepción, no de su acción, que son ámbitos de relación con la imagen diferentes.
Además, no hay que olvidar, que todos estos dispositivos automáticos, han nacido del pensamiento de seres humanos y con un objetivo concreto que precisamente se centra en la negación del acto, más bien en tratar de liberarse de la obligación del acto. Nacen, por tanto, como una reacción al acto y en cierta manera, como un intento de liberación de la corporalidad humana, que finalmente acaba siendo infructuoso, ya que lo único que hace es traspasar esa corporalidad a otros agentes que no son los responsables finales de la captación de las imágenes. Aparece, por tanto, la figura del operario, necesario para instalar esos dispositivos, al menos, como cámaras de vigilancia, etc., y que no vuelven a intervenir en ese proceso y ni siquiera están vinculados a esa captación de imágenes.
Este tipo de dispositivos resulta de un ansia de trascender la corporalidad necesaria que implica el acto, quiere trascender el acto. Esta idea del haber estado allí, imprescindible para realizar la fotografía y una de las esencias del acto que, contradictoriamente, también contribuye en gran medida a su desviación extractiva. Estas ansias de superioridad propias del ser humano, de hacerse omnipresente y poder ejercer la ilusión de estar allí sin estarlo, a través de esos ojos substitutivos como drones. Nos ofrecen ese poder de volar y de ver el mundo desde una posición de superioridad, o cámaras instaladas a miles de kilómetros y que podemos controlar en remoto desde nuestro sofá, o ni tan siquiera eso, productoras de imágenes sin testigos, que nadie verá jamás. Imágenes extracorporales que en la mayoría de las ocasiones han sido creadas para vigilar precisamente los cuerpos y sus movimientos, como las cámaras de seguridad y dispositivos similares. La negación del cuerpo para el control de cuerpo y la libertad. El cuerpo controlado por la imagen no participada por el cuerpo, un hilo de contradicción sin fin y complejo enemigo del acto y negador de la esencia fotográfica como activadora del pensamiento. Me declaro enemigo abierto de substituir la esencia del acto por el poder extractivo y extracorporal de estos dispositivos y sus acciones de control de la libertad.
En este sentido, el acto y esos micromovimientos corporales y de pensamiento, requieren de una mínima formación previa que los aspirantes gurus fotográficos, complican más allá de su sencillez con dios sabe que fines, si queremos tomar el control de nuestro cuerpo y nuestro pensamiento en la creación del acto y ser conscientes de las decisiones que tomamos. Estas microacciones de control que permiten las simples cámaras totalmente manuales, son en realidad mucho más sencillas que los complejos e imposibles manuales de algunas cámaras digitales, cuyo conocimiento parece estar reservado a eliminar la capacidad del acto y substituirla por una especie de habilidad que acaba convertida en un fin en sí mismo, conocer el manual de la cámara. Existen multitud de fotógrafos que solo hablan de sus cámaras, de sus posibilidades, de sus capacidades técnicas, hasta el punto que en muchos foros fotográficos, esto ha substituido al acto.
Hacer fotografías ya no importa, los artefactos han suplido la función del acto y su adoración pasiva es el fin último de muchas ansias fotográficas. El cuerpo humano es substituido por el cuerpo maquinal del artefacto y sus accesorios, que parecen imprescindibles, lo que lleva a la fotografía a moverse entre el culto a la imagen y su percepción técnica y el culto a la máquina y su supuesta perfección, olvidando lo más importante, el ser humano que piensa, elabora, imagina y construye la imagen. Se desplaza con su cuerpo para el desarrollo de esa visualización.
Los dos extremos se contaminan, hasta el punto que las discusiones y debates sobre la percepción de la imagen, deviene en una cuestión técnica que nos devuelve de nuevo al artefacto. Esto genera acalorados debates, informes técnicos extensísimos, comparativas complejas, y en muchos casos terriblemente ridículas, donde la imagen es juzgada en función de las capacidades de la máquina o el artefacto que las ha producido, ignorando la capacidad de decisión del acto en esa imagen.
De nuevo el acto se diluye en favor de lo Ahrimánico renunciado a ese equilibrio necesario y netamente humano vinculado al libre albedrío que implican las decisiones y las acciones asociadas al acto. Solamente cuenta la capacidad de la máquina o el objetivo en definir con claridad una esquina del encuadre, un aspecto que solo puede ser percibido aislando fragmentariamente esa imagen, y, por tanto, destruyendo los resultados del acto y deshumanizando los procesos de percepción. La acción fotográfica acaba convertida en una búsqueda y aplicación de recursos técnicos cuyo único fin es eso y cuyo criterio de valoración de una buena fotografía se centra en sus resultados técnicos.
Con la disolución del acto, hemos convertido la valoración de la fotografía en algo similar a lo que sería valorar una pintura por las características de sus pigmentos o de las telas, olvidando que el arte jamás es un objeto. El objeto simplemente nos permite vehicular el arte y olvidar el acto, conlleva pasar de ser fotógrafos, a convertirse en una especie de ópticos optometristas, discutiendo por las mejores gafas posibles mientras dejamos de ver y abandonamos la mirada.
Si quieres saber más sobre el acto fotográfico y su importancia, puedes leer mi artículo académico publicado en la revista Communiars.
Seguiré escribiendo aquí sobre este tema, y otros vinculados al pensamiento visual, artístico y la fotografía. Sí, te interesa suscríbete al Feed RSS, al correo o sigue las publicaciones desde una cuenta conectada al fediverso buscando @blog@culturavisual.cc o seguir mi cuenta de 🦣 Mastodon buscando @ricardramon@m.verbum.cc
#Pensamientos #ActoFotográfico
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