🎨 Ensoñadoras fragancias islámicas. Dionisio Vacas

A la hora de enfrentarse al papel en blanco para tratar de elaborar un texto de crítica de arte como pretende ser este, el autor, ha de transmutar de alguna manera su propia personalidad, su propia esencia y su propia visión del mundo para entrar en comunión con la materia artística objeto de su apreciación crítica. Solamente de esta manera, instalándose cómodamente en la observación pura, consumiendo y saboreando lentamente ese tiempo de irradiación mutua entre el objeto artístico y el Yo, en el que se produce un intercambio de vivencias sensoriales. Solo así, a través de la experiencia estética vivida, estamos en disposición de acometer un acto tan atrevido como es el de escribir en torno a la obra de un creador, de alguien que nos lleva tanta ventaja en la construcción, y sobre todo en la búsqueda siempre insatisfecha de ese objeto bello y místico hasta la saciedad. #críticaArte

Insatisfacción y deseo constante de experimentación e investigación plástica son siempre dos facetas, casi dos losas que atormentan el espíritu de un verdadero creador. Tras descubrir gratamente la obra de Dionisio Vacas, tras entrar en comunión con ella, se vislumbra esa aventura experimental y se tiene la certeza de que estamos ante un autor con un gran dominio de las técnicas cerámicas. Siempre tan complejas, tan cercanas a la vez al mundo de la ciencia y la química y capaces de producir expresiones artísticas únicas. Siempre muy cercanas a la propia esencia del ser y la cultura mediterránea, quizá debido a ese lazo inseparable del fuego, a ese secreto transformador de la cocción, que en ocasiones nos sorprende, produciendo efectos agradablemente inesperados. No sé si por todo ello, pero es este el arte al que le profeso más devoción. Sintiéndome incapacitado para su creación, he decidido cultivar su observación hasta el punto de descubrir en ella nuevos mundos con los que calmar mi espíritu.

La obra de Dionisio Vacas me ofrece esa oportunidad, me presenta ese mundo tan indescriptible, tan irreal y delicado, pero que a la vez se presenta como un universo repleto de sentido matérico. Repleto de elementos, el agua, la tierra, el fuego están presentes en la lectura de cada una de sus obras, y de manera muy sutil, casi como si de una cadencia musical se tratase, nos introduce en este mundo envuelto de suaves fragancias islámicas.

Porque eso es lo que hace Dionisio, embriagarse de esencias y fragancias islámicas para experimentar con ellas, mezclarlas y condensarlas con su propia personalidad presentando creaciones que provienen de su más profundo interior y, sin embargo, siempre ligadas a la tierra, a la cultura, al Mediterráneo. Ese es su gran logro, descubrirnos su propio yo a través del reflejo de las aguas de ese mar Mediterráneo que nos trae de vuelta esas esencias de la otra costa, tan cercana y lejana a la vez, tan desconocida, incluso incomprendida, y tan sumergida en nuestra propia sangre.

En sus platos cerámicos surgen casi como luchando por emerger entre el tamiz de su propia personalidad, como si se tratase de meras ensoñaciones islámicas, los motivos de su primitiva, por primera, inspiración. Los abundantes repujados y zunchos metálicos que se fusionan con la materia cerámica, los colores terrosos y cálidos de las arenas del desierto que se mezclan con el azul de las aguas. Quizá del Mediterráneo otra vez, quizá de ese oasis soñado y presente en nuestra imaginación, o quizá de esa agua purificadora tan presente en las creencias musulmanas y de la que tanto dominio demostraron tener siempre.

Dionisio va desde las raíces, desde la pura esencia en origen de la cultura islámica, para girar hacia ensoñaciones y “Visiones siderales” y del “firmamento”, que con tanta meticulosidad observaron y analizaron los astrónomos musulmanes. Para acabar finalmente en la lucha entre el pasado y el presente, entre la “tradición y el progreso”, entre esa pugna por aquello que se resiste a morir y aquello que se nutre de lo anterior para consolidarse y a su vez aniquilarlo.

Y como broche de oro, como fin y principio, como derrota y aniquilación de aquella cultura andalusí en nuestras tierras, de aquellos poetas que se dejaban embriagar en los jardines de Ruzafa, creyendo poseer el paraíso en la tierra, un paraíso arrebatado por el Rey Don Jaime I.

Sin duda, esta exposición representa una gran oportunidad para envolvernos de los sabores y los perfumes tamizados de esta inspiración islámica, presentada con retales de gran inteligencia sutil que se traducen en creaciones de un fuerte contenido estético; y que nos invitan a perdernos en el puro placer de la observación, a perdernos en ese mundo que va de lo matérico-cerámico a la experiencia sensible de la ensoñación.

#arte #crítica

© Ricard Ramon. Todo el contenido bajo licencia: CC BY-NC 4.0

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