🧚🏻 El kitsch y su efecto transfigurador
Para terminar con la serie dedicada a la estética kitsch en el blog culturavisual.cc reflexionamos sobre uno de los efectos más poderosos que nos enseña nuestra relación con el kitsch. La transfiguración. Se trata de un concepto planteado en el ámbito de las artes por Arthur Danto, analizando la obra de Andy Warhol y Marcel Duchamp. Un concepto, profundamente vinculado también con las propuestas artísticas de Jeff Koons, uno de los impulsores del kitsch como modelo estético, y que despierta filias y fobias, quizá más de las últimas.
“La enfática afirmación de que el “barato” kitsch no tiene nada que ver con el “caro” arte, nos parece excesivamente pobre” (Giesz, 1973). Abrimos con esta cita la introducción a las aportaciones de Jeff Koons, en referencia al problema planteando respecto al papel del kitsch como una estética de la transfiguración, y, por tanto, como un arte de profundas implicaciones reflexivas y un enorme y sutil juego de elaboración crítica, del que podemos extraer implicaciones. Implicaciones profundamente interesantes en el propio desarrollo del pensamiento. La obra de autores como Koons, genera nuevas reflexiones respecto a nuestra aproximación hacia los objetos y hacia la propia dinámica de la experiencia estética.
Cabe insistir también de nuevo en este punto, en la importancia implícita de la existencia de la presencia del valor estético a la hora de poder incluir un objeto en el universo de las llamadas obras artísticas, un aspecto o presencia imprescindible, aunque no la única condición necesaria.
Pero detengámonos brevemente antes de hablar de Koons y de ese proceso de transfiguración del kitsch, en la obra de Warhol y Duchamp. Aunque la obra de ambos difiere, uno es la reproducción de un objeto, una imitación descarnada e hipertrofiada, las Cajas Brillo; y el otro es el propio objeto en sí mismo, en su más cruda realidad, La Fuente. Los dos son objetos con una aparente finalidad primordial, diferente a la de constituirse en reclamos de una experiencia estética sin más, donde esa experiencia va acompañada de un profundo esfuerzo de reflexión crítica, imprescindible en la asunción de esa experiencia estética en toda su complejidad. Aunque sabemos que ese proceso va acompañado de factores interpretativos múltiples, de la predisposición y de las diferentes condiciones de recepción.
El kitsch, en su sentido más clásico, se presenta en pureza como un objeto estético sin más, cuyo objetivo es la consecución de una apariencia bella. Muy primaria y muy básica si se quiere, pero estética en definitiva, y así son presentados y, como no, comercializados, los objetos kitsch. Al igual que Jeff Koons, Andy Warhol fue uno de los pioneros en el desarrollo del arte institucionalmente legitimado, pero hábilmente situado en el espacio de los productos comercializables, incluso casi industriales.
En este sentido, los trabajos de Koons sí que son directamente presentados bajo una aspiración y apariencia puramente estética, llegando a generar una gran similitud de formas, no tanto de contenido, con la propia estética kitsch. Presentando la mayor diferencia en que en las obras de Koons, existe una clara voluntad por generar un discurso estético kitsch, bajo una mirada critico reflexiva o directa y contrariamente oportunista, no importa en este caso, pero funcionan porque genera un proceso de transfiguración conceptual: un objeto presentado descarnadamente como kitsch y que precisamente por ello, es aceptado como arte, cuando curiosamente, se entendía este como el estado antagónico del mismo.
Un proceso que Koons culmina, no a través de una transposición literal como en las cajas Brillo de Warhol, sino a través de la propia configuración del concepto trabajado, la propia categoría estética kitsch, desarrollando un proceso de autentificación y vinculación elitista. Lo que Koons nos muestra no es la banalidad convertida en arte, es todo un proceso de resignificación cultural que parte del propio proceso de recepción de las obras.
Es significativo valorar como, en el caso de algunos de los objetos que podemos llegar a vincular al kitsch, sucede justamente lo contrario. Culminando el proceso de un objeto seria y pretendidamente artístico, que asume su propia categoría estética como su estado natural y no intencional, dentro de una especie de orden natural de las cosas y de cómo debe ser entendida la estética y la belleza.
Precisamente, su propia y profunda seriedad intencional, es servida como el ingrediente perfecto para su vinculación al no arte, al kitsch, al espacio de la marginalidad masificada y mayoritaria.
En cualquier caso y frente a las preguntas que autores como Rob Rieman (2009) se hacen respecto al kitsch: “¿Qué valores fomenta el kitsch? Y si el kitsch no es real, ¿qué lo es? ¿Qué consideramos la auténtica verdad, la auténtica belleza?” No cabe una sola respuesta, o bien únicamente cabe una respuesta. La que nos ofrece la verdadera experiencia estética, un proceso profundamente real y profundamente auténtico, vinculado a la experiencia vital, educativa, biográfica y de conciencia individual de cada ser humano. Una experiencia que debe ser superadora de los propios procesos institucionales y que se servirá del kitsch cuando le resulte necesario, si se está formado para ello, y se servirá igualmente del arte institucional si su espíritu y circunstancias así se lo exigen.
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Texto reelaborado a partir de escritos propios anteriores publicados en medios académicos. Imagen 1: Jeff Koons, Balloon dog (orange), 1994. Colección privada. Imagen 2: Fuente de Duchamp. 191. Un urinario de porcelana firmado con el nombre “R. Mutt”
© Ricard Ramon. Todo el contenido bajo licencia: CC BY-NC 4.0
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