🦩 El modelo de belleza del kitsch

Escultura de cerámica de Jeff Koons, que muestra una imagen de Michael Jackson sentado cogiendo un mono. Pintada en tonos dorados.

En otras entradas de este blog, ya hemos tratado algunos otros aspectos del #kitsch que ahora vamos a ir completando, cerrando, antes de finalizar el año, con la idea de la etiqueta DiciembreKitsch utilizada en Mastodon, para reflexionar sobre el fenómeno durante este mes.

Hemos visto algunas de las críticas al kitsch y sus motivaciones. No negaré gran parte de las acusaciones que los teóricos han perpetuado casi como dogma en torno a la consideración del buen y el mal gusto, pero sí es necesaria una revisión de sus modelos.

Tal y como ya se ha expuesto en entradas anteriores, hablar de buen gusto y de mal gusto, implica la lectura de un proceso de dominación cultural en la que unos determinados grupos sociales o culturales o unas determinadas culturas o prácticas culturales, se asocian de manera exclusiva al apelativo y la subsiguiente clasificación categórica y jerárquica de buen gusto. Esto implica también que existe un modelo determinado de construcción y hábito cultural que es el “correcto” y cuya legitimación deriva de la propia posición establecida de poder cultural de sus practicantes. Frente a ello, la subordinación, y, por tanto, la deslegitimación, tanto de las prácticas culturales como de los propios practicantes de esas otras culturas, en muchas ocasiones también identificadas como subculturas, dentro de un modelo marco más amplio.

En este sentido, el proceso de legitimación que ha de seguir un modelo cultural deslegitimado institucionalmente desde su proceso de nacimiento, pasa en muchos casos por unas determinadas fases, que en ocasiones reconstruyen el propio significado, y en definitiva la propia percepción final de esos productos culturales bajo nuevos paradigmas de interpretación. Precisamente porque ha existido todo un proceso de legitimación previo, en el que han de intervenir necesariamente los “actores” e instrumentos que utiliza el sistema para legitimar: los propios artistas, pero muy especialmente los críticos e historiadores y los museos y galerías de arte. Muchas de las actuales vanguardias artísticas, que constituyen ya clásicos históricos, han pasado y sufrido todo ese proceso. Otros, como la artesanía o la llamada cultura popular, difícilmente conseguirán superar ese proceso, porque el propio sistema ya ha generado terminologías específicas y otros procesos de legitimación propios, como los museos específicos de artesanía, artes decorativas, artes industriales, que ya en sí mismos los sitúan en una escala inferior legitimada, y, por tanto, prácticamente inamovible.

Esta situación provoca, que incluso nuevas subculturas emergentes, e incluso totalmente rechazadas en la actualidad, tengan más posibilidades de legitimación artística futura, y que en pocos años podamos verlas en museos y galerías de arte y en los libros de historia, que aquellos que ya han sido legitimados como inferiores. En la pretensión de universalidad del gusto es donde radica el problema. Al final deriva en imposición cultural desde los grupos dominadores a los dominados y, finalmente, desde las culturas dominadoras a las dominadas.

En cualquier caso, el kitsch también persigue responder a las estructuras de un determinado gusto, vinculado por mucha gente a un concepto de belleza, a la búsqueda insistente de la belleza. La belleza del kitsch representa un modelo de mundo establecido, jerárquico y ordenado, y por ello mismo, absolutamente alejado de la realidad en muchos casos. Se trata de un orden deseado, ficticio, basado en la nostalgia kitsch de la que nos habla Olalquiaga (2007). De un mundo que nunca fue, pero que quiso ser en nuestra imaginación y fantasía. Un mundo ilusoriamente ordenado que la vanguardia y los dadaístas trataron de destruir, consiguiendo finalmente reforzar la actualidad del mensaje nostálgico, del mensaje de nuestra ideal fantasía, no del mundo real, triste y duro que metafórica y simbólicamente pretendía mostrar la vanguardia crítica.

No gusta que nos cuenten la verdad, nos gusta aislarnos en una fantasía melódica y placentera. Para ello, nada mejor que sumergirnos en la galería de imágenes que nos ofrece el kitsch. Nos permite comprar, a un precio asequible, un fragmento de huida hacia un dulce placer imaginario lleno de bienestar; esa es la clave de la belleza buscada por el kitsch. Pero no es un placer tan inocente, es un placer que nos lleva a asumir un papel de superioridad moral. A vernos imbuidos de sana virtud y dejar para los demás las culpas de que, ese idílico mundo no se vea cumplido y reflejado. Los otros siempre impiden que el mundo se parezca a una escena de porcelana kitsch.

Una vez somos conocedores de este hecho, podemos dar pasos en nuevas direcciones de interpretación y comprensión del fenómeno kitsch, con nuevas orientaciones que nos permiten, no tanto centrarnos en discursos referidos a buen o mal gusto. Ello implica educar en el gusto, sobre lo que es institucionalmente aceptable como arte y lo que no, y pasar a educar en el propio proceso de la experiencia estética crítica, para que cada individuo en el desarrollo de su propia libertad y en la construcción de su identidad personal, de su yo consciente, desarrolle su propia experiencia estética en función de sus criterios vitales. Y si habiendo pasado por ese proceso de pensamiento crítico, llega a sus propias conclusiones, estas no deben ser en absoluto desdeñadas porque no respondan al criterio del gusto “institucional” del momento.

#kitsch #reflexiones #arte #cultura

Texto reelaborado a partir de escritos propios anteriores publicados en medios académicos. Imagen: Jeff Koons – Michael Jackson and Bubbles, 1988, ceramic, 106.7 x 179.1 x 82.5 cm, photo: Jeff Koons/Astrup Fearnley Collection

© Ricard Ramon. Todo el contenido bajo licencia: CC BY-NC 4.0

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